Cada persona nace con unas características únicas y diferentes: hay quienes tienen un sistema nervioso más sensible y reactivo, hay quien trae una personalidad con más tendencia a la frustración, los hay que se convertirán en el primer hijo o quienes vendrán después de una pérdida importante. Todo ello nos condiona en nuestro desarrollo emocional.
El desarrollo emocional es un proceso en el que la persona irá aprendiendo a identificar, expresar y regular sus emociones, evolucionando su identidad y autoestima. Este desarrollo se verá reflejado en la inteligencia emocional de la persona.
¿Cómo aprendemos la inteligencia emocional?
La relación con las figuras de apego es clave para ello. Nuestros cuidadores son aquellos que nos dan la seguridad y protección necesarias para explorar el mundo. Son la ayuda que necesitamos para aventurarnos a descubrir lo desconocido y aprender herramientas para movernos y adaptarnos en la vida.
Si nuestras figuras de apego tienen una buena inteligencia emocional nos podrán guiar mejor en este aprendizaje. Si, por el contrario, nuestras figuras no tienen estos recursos, nuestro desarrollo se verá influenciado. Unos cuidadores que gestionan con dificultad sus emociones tendrán más problemas para poder ayudar a los niños que están empezando a entender su universo emocional.
¿Qué necesitamos de nuestros padres para el desarrollo emocional?
Necesitamos que promuevan el vínculo de apego seguro. Se necesitarán cuidadores:
- Reflexivos: entienden lo que siente el niño/a en cada situación.
- Sensibles: pueden interpretar adecuadamente las diferentes señales del niño/a.
- Responsivos: responden de forma adecuada, efectiva y pronta a las necesidades.
- Disponibles: brindan al niño/a la seguridad de su permanencia en cualquier situación donde la requiera.
- Validan emocionalmente al niño.
- Dan seguridad de base.
¿Cómo ayudamos a los niños a través del vínculo?
Gracias a estas cualidades de los cuidadores, los niños pueden ir aprendiendo a relacionarse de manera sana con las diferentes emociones.
- Identifican emociones: siento tristeza, alegría… También en el cuerpo: “me duele la barriga porque estoy agobiado”.
- Expresan emociones: lo comunican en un vínculo de confianza y aceptación.
- Corregulan emociones: las figuras de apego van enseñando cómo calmar y gestionar lo que sienten. Con el paso del tiempo los niños aprenderán a hacerlo por ellos mismos.
En el acompañamiento emocional de los cuidadores, los niños podrán tener experiencias de apoyo, comprensión e incondiconalidad para poder ir perfeccionando estas habilidades. Es un proceso complejo que requiere tiempo y paciencia, ensayo y error.
¿Qué hago para potenciar la inteligencia emocional en mis hijos?
Os dejamos algunos consejos útiles para ello:
- Revisa tu historia personal y trabaja en terapia aquellos aspectos emocionales que te cueste manejar a ti.
- Sé el modelo que te hubiera gustado tener.
- Habla de emociones en casa: empieza compartiendo lo que sientes de manera habitual, más allá de “estoy bien o mal”, ponle palabras: podemos sentirnos enfadados, tristes, preocupados, tensos…
- Llena tu casa de libros sobre emociones, aprovecha las películas para hacer cinefórum sobre lo que los niños ven, hazte con juegos de mesa como Dixit que da pie a la imaginación y a poner emociones en imágenes…
- Reserva un tiempo para vivir experiencias emocionales y hablar sobre ellas. La rutina es necesaria y útil pero tener ratitos de conexión con los niños dará pie a ese espacio emocional.
Y si te surgen más dudas, ¡es natural! Pide material, busca grupos de crecimiento personal o asesórate con un profesional. En ITIPA estamos para acompañarte.
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