En algunas ocasiones, los padres que acuden a terapia para intentar mejorar la dinámica de relaciones de la familia nos preguntan cómo hacer que sus hijos confíen en ellos.
Aquí hay varias cuestiones importantes a tener en cuenta, que por supuesto no caben en un pequeño texto de referencia.
Nos gustaría señalar al menos una idea importante en esto: el concepto de hogar.
A veces, cuando los malos tiempos acontecen, es difícil encontrar un lugar en el que sentirse seguro. Lo que nos gustaría es encontrar ese refugio en medio de la tormenta. A esto es lo que podemos llamar lugar seguro u hogar.
En muchas ocasiones si decimos la palabra hogar podemos pensar en nuestra casa, el lugar en el que hacemos vida, comemos, dormimos, descansamos… pero, ¿porqué para algunas personas la casa supone una cárcel? ¿Porqué los adolescentes se esconden en su cuarto o no quieren aparecer por casa?
La claves puede ser la seguridad y la confianza, las bases de lo que en psicología conocemos como apego.
Un lugar es seguro y confiable cuando sabemos que no se nos juzgará en él, que no se nos reprochará o que si hay algún marrón o dificultad se nos comunicará con cariño y empatía.
A veces, es complicado cumplir esto en el hogar (en nuestra propia casa). Los adultos estamos sometidos a muchas cargas emocionales y responsabilidades varias, pero quizá, nuestra responsabilidad más importante seamos nosotros mismos como personas. Esto incluye también el cuidado de nuestro espacio si somos las madres o los padres de una familia.
Quizá seamos los adultos los que tengamos que ir a terapia para poder gestionar nuestras emociones y responsabilidades para que nuestros hijos, esas personas del mañana, puedan cuidarse y protegerse en un mundo que a veces puede ser hostil.
Enseñémosles donde está el refugio. Que hay cosas que no pueden controlar, pero que sí pueden gestionarse ellos mismos.
El ser humano es un superviviente. Estamos hechos para disfrutar y adolecernos. Podemos hacerlo, pero tenemos que saber que podemos.
¡Ojo! No es la idea de es post que podemos crear un lugar lo suficientemente seguro para que nuestros hijos no quieran salir de él. Si no que, cuando estos empiecen a descubrir la vida, sepan que si se caen, pueden volver.
Animarlos a salir y a descubrir y también abrirles los brazos al volver. No reproches y regañinas (esto no es más que miedo mal gestionado por parte de los adultos). Ellos y nosotros necesitamos comprensión, cariño y soluciones.
No olvides, querido adulto, ser también flexible y amable contigo mismo.
Deja tu comentario