Y, de repente, escuchas que alguien grita en la lejanía.

Intentas dilucidar entre los demás ruidos ese grito de horror, por puro instinto, pero a medida que escuchas con toda tu atención, no distingues el contenido de ese mensaje pero si te llega el tono. La intención. Eso te llega genial.

Alguien está riñendo a otro alguien, gritando mucho. Y da igual lo que tú estés haciendo, cuántos años tengas o en qué punto vital te encuentres. Tu cuerpo, al igual que muchos años atrás, se paraliza. Empiezas a sudar. Los músculos se contraen esperando un golpe u otro chillido.

El momento pasa. La voz se pierde y tú continúas haciendo lo que estabas haciendo. Esperas a que la sensación pase pero, como si alguien te observase, el cuerpo no termina de calmarse por completo porque, muchos años atrás, tampoco encontraba consuelo.

Por la noche, ya una vez en casa, te duele mucho la cabeza y repasas tu día. Ha sido un día normal, no ha pasado nada extraordinario y además te has encontrado a alguien que echabas de menos y habéis quedado para tomar un café. Notas esa alegría como muy lejana porque el dolor de cabeza enturbia el resto de tus sensaciones. Parece como si algo muy fuerte te hubiera sacudido, y sin más, te duermes esperando que pasen las sensaciones (que era lo que solías hacer antaño).

Los fantasmas que viven en la parte más baja, en el cuerpo, seguirán reaccionando ante eventos pasados que no están resueltos.

Muchas veces los confundiremos con dolor físico, cansancio o malestar de algún tipo de enfermedad o infección.

La red de memoria de nuestro cuerpo es inmensa y muy rica. El recuerdo de cada golpe o caricia suele estar registrado de una forma muy especial. Se suele decir coloquialmente que la piel es nuestro tercer gran cerebro (precedida por el estómago y, por supuesto, nuestro cerebro real).

Bajo el lema de «La entraña no engaña» del autor e ilustrador Alfonso Casas, podemos entender porqué el cuerpo creará todo tipo de alertas para avisarnos de que algo pasa.

¿El qué? Solo tú lo sabes. Cada persona tiene un cuerpo y una red de recuerdos adherida al mismo. Solo tú conoces tu cuerpo y sus alertas.

En algunas ocasiones, no pudimos hacer lo que nos hubiese gustado o no pudimos terminar de completar algún tipo de acción. Nuestro cuerpo debería ser un hogar cálido en el que poder refugiarnos y también con el que poder defendernos.  Así que si tu fortaleza te habla, escúchala. Puede que en el pasado no pudieras o supieras pero ahora las cosas son bien distintas.

La terapia sensoriomotriz puede ayudarte a entender porqué tu cuerpo crea ciertas alarmas o defensas.

Ayúdate a crecer feliz en tu fortaleza. Es preciosa.

 

El autocuidado es fundamental para tu salud.